El cuarto portal

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Todos sabemos que las palabras tienen poder. Poder para alegrarnos, poder para lastimarnos, poder para adormecernos y poder para despertarnos. Tienen poder sobre nosotros las palabras que emiten otros, y también lo tienen las que nos dirigimos a nosotros mismos.

En la tradición budista, el hablar correcto forma parte del sila, o conducta ética, que a su vez es el tercer elemento del noble camino óctuple, que lleva al cese del sufrimiento. ¿Qué involucra ese «hablar correcto»? Hablar con la verdad, hablar con ánimo de no dañar y si es posible de ayudar, hablar con el corazón. Dice Jack Kornfield, autor de valiosos libros sobre el budismo y la meditación: «Si queremos hacer el bien, éste debe estar presente en las las palabras que decimos a las personas con las que vivimos, a las personas que nos cruzamos en la calle, a las personas con las que interactuamos en los negocios, a las personas con las que trabajamos. Si queremos evitar la guerra nuclear, debemos prestar atención a lo que decimos, prestar atención a si las palabras que decimos están conectadas con nuestro corazón, a cuándo no lo están, y a qué está ocurriendo cuando no lo están».

A veces es el miedo el que nos lleva a guardarnos la palabra justa y necesaria: miedo a exponernos, a decir demasiado, a mostrarnos débiles o arrogantes, a equivocarnos. Y otras veces, por el contrario, la ansiedad y el temor nos llevan a hablar por demás, tapando los silencios incómodos que nos obligarían a mirar para adentro, a desnudarnos ante nosotros mismos, a entender más y mejor.

Cuenta Joseph Goldstein, profesor de meditación Vipassana, que una vez se propuso pasar un mes sin participar en ninguna instancia de «chismes»: no hablar ni una palabra sobre terceros en su ausencia, ni siquiera para decir algo positivo. Para su gran sorpresa, pronto advirtió que de ese modo perdía el 90 por ciento de su discurso.

¿Cómo saber cuándo hablamos desde el corazón? A veces alcanza con detenernos en medio de una conversación, conectar con nosotros mismos por un instante, y preguntarnos qué es lo que realmente queremos decir en ese momento. No lo que sale automáticamente, no la respuesta de rigor, la más ingeniosa, inteligente o simpática, sino aquella que desde nuestras profundidades pide ser dicha.

Ante la duda, cabe evocar aquella antigua máxima Sufí, que no ha perdido ni un ápice de su sabiduría con el correr de los siglos.

Dice así:

«Antes de hablar, deja que tus palabras atraviesen tres portales:

Ante el primer portal, pregúntate: ¿Es verdad?

Ante el segundo: ¿es necesario?

Ante el tercero: ¿es provechoso?»

Y hasta podríamos agregar un cuarto portal, a modo de profundización del tercero:

«¿Es amoroso?»

Allí estaremos golpeando las puertas del único juez capaz de responder con veracidad y conocimiento de causa: el antiguo y certero corazón.

F.F.

7 comentarios en “El cuarto portal

  1. No es cierto que las palabras tengan poder. El poder reside en la intenciòn que lanza la palabra como una flecha. Nada comparado con el Poder de no tener donde hacer diana.

    1. Es cierto, la intención es muy importante. Pero aun una palabra dicha sin intención de hacer daño puede lastimar, si se expresa sin conciencia. De ahí la sabiduría del consejo sufí: nos invita a detenernos antes de hablar, y a sopesar el efecto que puedan tener nuestros dichos (considerando quién los recibe, su disponibilidad para escucharlos, si el contexto es apropiado…), más allá del motivo que nos lleve a efectuarlos. Muchas gracias por expresarte.

      1. No solo basta con no saber herir, también hay que crecer en no ser herido, y sin autoimagen que defender se hace muy difícil poder ser herido, donde paradójicamente el ser herido es el síntoma de que hay autoimagen por defender, y sin síntomas no se da la posibilidad a las personas de ver y entender por qué se sienten heridas.

        Gracias a ti por tu blog

      2. No sé si nos es dado en esta vida trascender toda vulnerabilidad, ni sé si ese sería un estado deseable. Personalmente, me mueve más la compasión por nuestra común humanidad. Pero respeto tu camino y tu convicción, y agradezco el intercambio.

  2. Sentirse herido por la inconsciencia ajena es la mayor de las Inconsciencias, la mayor y la unica que impide crecer. La unica.

    Trascender la mayor de las inconsciencias “Ser Herido” es el mayor catalizador de la compasión y vulnerabilidad. Pues la compasión y la vulnerabilidad es lo que permite una mayor apertura a la vida. Una apertura que se sustenta que ha trascendido ser herido por la inconsciencia de la misma, un estado este de estar herido no muy deseable, por muy comun y humano que sea.

    Un abrazo

    1. Percibo que compartimos la misma pasión por sondear los misterios del camino espiritual, aunque hagamos pie en lugares diferentes. Afortunadamente es una realidad tan rica y compleja como para abarcar estos y tantos otros puntos de vista. Como diría Joseph Campbell, el gran mitólogo, «cada uno entra el bosque por el lugar más oscuro, allí donde no hay camino»; o sea, el propio. Celebro las diferencias!

      1. La apertura al propio sentir para hablar lo correcto ante la Inconsciencia ajena, necesita previamente sentir sentirse herido para no reaccionar defensivamente, que es la manera natural de la inconsciencia.

        Por tanto el Único Bien existente es la Conciencia, el único Mal la Inconsciencia.

        La compasión es el sentimiento natural que surge frente a la Inconsciencia, pues la respuesta que surge a través de la Conciencia se hace compasiva en el momento que se entiende que la Inconsciencia es vitalmente inocente e impersonal en su raíz.

        Nadie se sentiría herido u ofendido si le atacara un Tigre, no es personal, y la Inconsciencia humana tampoco.

        Mi pasion es dilucidar la verdad, lo creo necesario y más provechoso.

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