El amor después del amor

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El dolor de un duelo no se parece a ningún otro. Se lo suele intentar negar o disfrazar, pero la pérdida de un ser amado exige toda la atención del alma. Si se acepta ese reclamo, uno descubre que el amor no se fue con el ausente. Y que sentirlo sigue siendo, a pesar de todo, un privilegio. Sigue leyendo

Nying-Je, la suprema emoción

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«En un viaje reciente a Europa, aproveché la oportunidad de visitar el campo de concentración Nazi de Auschwitz. Aunque había escuchado y leído mucho sobre este lugar, no estaba en absoluto preparado para la experiencia. Mi reacción inicial al ver los hornos en los que cientos de miles de mis hermanos humanos fueron quemados fue de total repulsión. Sigue leyendo

El arte de soltar

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«¿Alguna vez les conté sobre el ritual en Kentucky en el que tuve que entregar siete cosas? Fue una de las experiencias grupales más interesantes que viví jamás. Eramos un grupo de unas 49 personas en un encuentro que realizó una sociedad para la transformación de la conciencia. Dos parejas de la Universidad de Vermont, profesores con sus esposas, habían organizado un ritual en el que todos participaríamos. Nos dividieron en siete grupos de siete y nos indicaron que pasáramos el día pensando en las siete cosas sin las cuales no podríamos vivir: «¿Cuáles son las siete cosas que hacen que su vida valga la pena?» Luego teníamos que recoger siete pequeños objetos que entraran en la palma de la mano, que representaran esas siete cosas adoradas, y debíamos saber cuál correspondía a cuál.

Al anochecer caminamos por una calle boscosa hasta la entrada de una cueva. La cueva tenía una puerta de madera. Frente a la puerta había un hombre con una máscara de perro: Cerbero ante las puertas del infierno. Extendió su mano y dijo «Dame aquello que adores menos». Al entregarle el objeto requerido, él abría la puerta y nos dejaba pasar.

Y así uno entraba a la cueva, un lugar enorme, sosteniendo las otras seis cosas que uno adoraba. En cinco ocasiones más, se nos pidió que entregásemos aquello que menos adorábamos, hasta llegar a aquel objeto que representaba lo más atesorado. Y uno se enteraba de qué era eso, créanme. Se enteraba en serio. Y el orden en el cual uno entregaba sus tesoros era revelador: uno se enteraba realmente del orden de sus valores. Al final había una puerta de salida, y había que pasar entre dos personas. Pero antes de hacerlo, había que entregar aquello que uno más valoraba.

Puedo decirles que ese ritual funcionó. Todos los participantes con los que conversé tuvieron una experiencia de «moksa», o liberación, al entregar ese último tesoro. Un idiota fue la única excepción; él no entregó nada. Así de serio fue ese ritual. Cuando se le pidió que entregara algo, simplemente se agachó, tomó una piedrita del suelo y la entregó. Esa es la negación del llamado.

… cada fracaso en lidiar con una situación de vida implica, finalmente, una restricción de la conciencia. Las guerras y las rabietas son las marcas de la ignorancia; los arrepentimientos son iluminaciones que llegan tarde.

Lo fascinante, para mí, fue la experiencia misma; una sensación de participación gozosa. Ver cómo las ataduras anteriores se iban soltando realmente cambió la forma en que uno se sentía respecto de los tesoros entregados. Se incrementó el amor por ellos sin la tenacidad. Me asombró.»

Joseph Campbell, en A Joseph Campbell Companion, Reflections on the Art of Living, una selección de sus charlas y conferencias.

Foto: Ken Smith.

Mensajera

Frank Rumpenhorst, afp, getty images

Mi trabajo es amar al mundo,
Aquí los girasoles, ahí el colibrí –
ambos buscadores de dulzura.
Aquí la levadura que fermenta, allí las ciruelas azules,
Aquí la almeja en la arena moteada.

¿Son viejas mis botas? ¿Es andrajoso mi tapado?
¿Ya no soy joven, y aun ni medianamente perfecta? Déjame
concentrarme en lo que cuenta,
que es mi trabajo,

que es, más que nada, quedarme quieta y aprender a
sentir el asombro.

El laurel, la azucena,
Las ovejas en el campo, y el campo.
Que es más que nada celebrar, ya que todos los ingredientes están,

que es la gratitud, por ser dada una mente y un corazón
y estas ropas-cuerpo,
una boca con la que dar gritos de júbilo
a la polilla y al gorrión, a la adormecida almeja,
diciéndoles, una y otra vez, cómo es
que vivimos para siempre.

Mary Oliver

Estados Unidos (1935)

Foto: Frank Rumpenhorst, AFP-Getty Images.

Caminar hacia el misterio

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“Solo tengo que acordarme de respirar, quedarme quieta un momento para que algo en mí se acomode, se suavice, dé lugar a la imperfección. La dura voz del juicio se vuelve un susurro y recuerdo que la vida no es una carrera de postas, que todos llegaremos a la línea de llegada, que despertar a la vida es la razón por la que nací.
Todas las veces que me olvido, todas las veces que me encuentro corriendo como una loca sin saber a dónde voy, tengo siempre la opción de parar, respirar, ser, y caminar de nuevo, lentamente, hacia el misterio.»
Dana Faulds, en «Go in and in».

Para los niños

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Las colinas ascendentes, las cumbres
de las estadísticas
yacen delante nuestro.
El ascenso abrupto
de todo, que sube
mientras nosotros
bajamos.

En el próximo siglo,
o el que le sigue,
dicen,
habrá valles, pasturas,
podemos encontrarnos ahí, en paz,
si llegamos.

Para superar las cumbres que vienen,
una palabra para ti y tus hijos:

permanezcan juntos,
aprendan los nombres de las flores
pisen liviano.

Gary Snyder 

Poeta, ensayista y ecologista estadounidense.

Nuestra tarea

«Nuestra tarea es escuchar las noticias que siempre llegan con el silencio.»
Rainer Maria Rilke (1875-1926). Uno de los poetas más importantes de la literatura universal, recordado especialmente por «Las Elegías de Duino» y «Los Sonetos a Orfeo». En prosa, son memorables sus «Cartas a un joven poeta».tumblr_mi9tyjeusa1qzwmsso1_1280

La promesa de la Nueva Era

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En su libro La llamada (de la) Nueva Era (Kairos), el español Vicente Merlo hace algo inusual: se toma en serio este movimiento tan bastardeado de la segunda mitad del siglo XX y produce un ensayo exhaustivo y profundo sobre sus causas, revelaciones y consecuencias.

Es inusual, porque si bien ha habido autores que lo han analizado antes, ninguno se ha tomado el trabajo de examinar en profundidad este colectivo de ideas, creencias, prácticas y esperanzas en su totalidad, distinguiendo las diversas corrientes que lo componen, las novedades que trae, las críticas fundadas e infundadas que se le han dirigido, y lo que permanece en pie de todo ello en nuestros días.

En un acto de honestidad intelectual, Merlo comienza por relatar su propio derrotero espiritual. Su paso por la facultad de Filosofía (de donde emergió con un doctorado), su iniciación a la vida intelectual de la mano del freudo-marxismo en una época rica en convulsiones sociales y políticas (1973-1975); el descubrimiento de la meditación, sus primeras incursiones en el esoterismo occidental de la mano de Antonio Blay y luego Jean Klein), su viaje iniciático a la India en los 80. Allí se quedaría dos años, residiendo en el ashram de Sri Aurobindo en Pondicherry, y crecería su devoción por el misticismo oriental en general y el de Aurobindo y la Madre (su compañera espiritual, Mirra Alfassa), en particular.

La decena de libros publicados por Merlo –Las enseñanzas de Sri Aurobindo, 1998, Simbolismo en el arte hindú, 1999; La autoluminosidad del atman, 2001 y La fascinación de Oriente, 2002, entre ellos- reflejan estas pasiones, y la erudición que desarrolló en torno de cada una de ellas.

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En La llamada (de la) Nueva Era, dedica largos y sesudos capítulos a estas vertientes, así como a la Teosofía (de Helena Blavatsky sus seguidores) y otras fuentes del esoterismo occidental (Rudolf Steiner, Alice Bailey) sin perder de vista la visión del colectivo que el libro aborda: ¿qué es la Nueva Era? ¿Por qué ha sido criticada tan duramente? ¿Qué queda en pie de sus postulados originales, y cuáles cayeron por su propio peso?

Enumera, así, sus principales características: el legado de la contracultura de los 60, con su postura radicalmente anti-establishment, que en la New Age se vería reflejado en el rechazo de las instituciones y las tradiciones religiosas; la inclinación al sincretismo, producto de las convergencia de Oriente y Occidente y el encuentro de los sectores místicos de las distintas religiones; el ideario progresista, ecologista, feminista, libertario y pacifista; la propensión por la expresividad y la creatividad individual, y la creencia de que el ser humano es intrínsecamente bueno y capaz de transformarse en la mejor versión de sí mismo. En marcado contraste con sus derivaciones posteriores, en sus albores la Nueva Era postulaba todo esto como un cambio global y colectivo. La salvación vendría únicamente de la comprensión de la unidad esencial de los seres humanos, y de su filiación con el planeta que habitan.

Antes de que se acuñara el término «La Nueva Era», se habló de la Era de Acuario. Si bien los astrólogos nunca se pusieron de acuerdo en un calendario que demarcara cuándo comenzaba la era correspondiente a un signo y terminaba otro, en términos generales el signo de Acuario se asocia con el humanismo, el idealismo, la intuición, la rebelión y el inconformismo, rasgos todos que se pusieron de relieve en las décadas en cuestión, alimentando la ilusión de que un pródigo nuevo capítulo comenzaba a escribirse entre los humanos.

Curiosamente, en el mismo período en que se expandían estas tendencias -de los sesenta a los noventa-, cobraban fuerza paralelamente los movimientos fundamentalistas e integristas en las distintas religiones. El cristianismo, el judaísmo, el Islam, y en menor medida el hinduísmo y el shintoísmo vieron crecer en su seno corrientes que predicaban la re-sacralización de la vida cotidiana. Señala Merlo la paradoja: no era muy distinto lo que pretendían los adherentes de la Nueva Era; sólo que si los fundamentalistas buscaban esa re-sacralización en el retorno a las antiguas tradiciones y los textos de su fe, los new agers lo hacían, por el contrario, apelando a lo nuevo: nuevas revelaciones, canalización de inéditos mensajes divinos y la defensa de la autoridad espiritual interior por encima de cualquier institución.

Merlo también pasa revista al punto de encuentro que existió entre el ideario de la Nueva Era y ciertos sectores de la biología y la física, como Fritjof Capra (con su Tao de la Física), el paradigma holográfico, la hipótesis Gaia (el planeta como ser viviente) de James Lovelock, los campos morfogenéticos de Rupert Sheldrake, y más recientemente, el acercamiento a la física cuántica (aunque la ciencia oficial se queje de que este paralelismo haya sido forzado y tergiversado).

Pero quizás la distinción más interesante que hace Merlo es la de «las tres dimensiones constitutivas de la Nueva Era»: la dimensión oriental, la dimensión psico-terapéutica, y la dimensión esotérica. 

Respecto de la primera, narra el arribo de la espiritualidad de Oriente a Occidente, en sus muchas formas -yoga, tantra, meditación transcendental, Zen, Vedanta, en menor medida taoísmo- y con sus muchas caras: Swami Vivekananda, Swami Muktananda, Paramahansa Yogananda, Osho, Sai Baba, Maharishi Mahesh Yogi,  D.T. Suzuki, Thich Nhat Hanh y Chogyam Trungpa, más los divulgadores occidentales como Alan Watts, Aldous Huxley y Ram Dass. Además de describir el contexto en que fue apareciendo cada uno, da cuenta de cómo la idealización inicial por la mística oriental en los 60 dio lugar en muchos casos a un sincretismo maduro y conducente.

Al analizar la segunda dimensión, Merlo recuerda a los precursores -William James, Carl Gustav Jung y Roberto Assagioli-, recorre el nacimiento de importantes escuelas psicológicas como el movimiento de potencial humano y la psicología transpersonal, y en sus cultores: Fritz Perls, Abraham Maslow, Carl Rogers, Gregory Bateson, Roger Walsh, Ida Rolf, entre otros; la creación del Esalen Institute en 1962, un hito de tal magnitud que muchos lo consideran el verdadero comienzo de la Nueva Era. No pasa por alto el impacto de estas ideas en la salud, con el boom de las terapias alternativas (homeopatía, acupuntura, fitoterapia, flores de Bach, musicoterapia, curaciones chamánicas, terapia de la polaridad y de vidas pasadas); en todos los casos subyacía una nueva visión que contraponía a la perspectiva mecanicista, que busca curar la enfermedad, una mirada holística, que pretende entender su sentido en el marco de la persona. Cada una a su modo, todas estas terapias procuraban unir psicología con espiritualidad. En términos de algunos autores, lo que se produjo con estas corrientes fue «la sacralización de la psicología y la psicologización de la espiritualidad». 

Por fin, recala en los desarrollos y exploraciones de Stanislav Grof y Ken Wilber, quien suelen enmarcarse en el paradigma de la psicología transpersonal, aunque éste último eligió eventualmente deslindarse de ella y crear la psicología integral. Sin que sea el propósito reproducir aquí el extenso análisis que hace de la obra de ambos, debe quedar claro que Merlo se encarga de destacar la seriedad de estas investigaciones, y el esfuerzo por lograr una síntesis nueva y auténtica de los conocimientos diversos que confluían en ese momento.

Así y todo, no obvia algunas críticas lapidarias que hace el mismo Wilber a la Nueva Era, de la que claramente no se siente deudor, como la siguiente:

«Como tales, la mayoría de los movimientos de la Nueva Era no incluyen la visión racional del mundo de forma que pueda ser trascendida e incluida; más bien, la mayoría de ellos acaban retrocediendo a distintas formas de imperialismo mítico (incluso, magia tribal). Estos movimientos destacan la autorrealización, que con frecuencia se reduce a egoísmo mágico; y este narcicismo mágico ha sido trabajado y convertido en una mitología de la transformación mundial que apenas esconde su tendencia imperialista.»

Merlo considera que esta crítica se dirige en realidad a la así llamada «ala de prosperidad y abundancia» de la Nueva Era, un desarrollo tardío que se basa en la idea que la prosperidad económica sería una legítima manifestación del espíritu y un indicio de armonía con el universo.

La tercera dimensión que analiza el autor deriva de las ideas teosóficas y posteosóficas, y se lleva la mayor parte, ya que (como anticipa al comienzo) es el centro del interés personal del autor. Desfilan en estas páginas los aportes de H.P. Blavastky, Annie Besant, Alice Bailey, Alistair Crowley y muchos más. Analiza los antecedentes rosacruces, antroposóficos y de otras escuelas, y remite a exponentes modernos del esoterismo occidental como David Spangler (el teórico de la comunidad escocesa de Findhorn, que según sus propulsores habría sido creada con ayuda de los devas y espíritus protectores de la naturaleza), y al ya mencionado Vicente Beltrán, entre otros. Hay lugar también para las canalizaciones más reconocidas, como la del Curso de Milagros, las de OMnia (las que más lo impactaron personalmente), las visiones de Edgar Cayce, la creencia en los Maestros Ascendidos y la Fraternidad planetaria, y desarrollos terapéuticos como el Pathwork (canalizados por Eva Pierrakos), y el Rebirthing de Leonard Orr.

Como un desarrollo nuevo, menciona lo que algunos están dando a llamar el «Next Age»,  con génesis en Italia. Esta corriente se habría iniciado con el fracaso de las esperanzas milenaristas, que hizo que todos los cañones apuntaran de pronto al mejoramiento del individuo. Esta corriente se nutriría básicamente de autores provenientes del Pensamiento Positivo y de la Auto-Ayuda (menciona entre ellos a Anthony Robbins, Paulo Coehlo y James Redfield), y ya no incluiría la aspiración a la iluminación colectiva de la que se nutría el paradigma anterior.

El final del libro es una defensa de la Nueva Era contra las críticas más importantes a las que ha sido sometida: desde el racionalismo moderno-ilustrado, el protestantismo evangélico, el esoterismo tradicionalista-perennialista y el catolicismo vaticanista.

Más allá de la opinión que merezca a cada uno las corrientes analizadas, la obra de Merlo impacta por su alcance y conmueve por su evidente interés en desentrañar y salvar del escarnio a un cúmulo de ideales que dejaron huella y que siguen siendo, para muchos, artículo de fe, motivación, aspiración y norte.